martes, 13 de marzo de 2018

MARIANO IGNACIO PRADO ---ROBO AL PERU EN PLENA GUERRA CON CHILE-

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Escribe: César Vásquez Bazán
Mariano Ignacio Prado fugó del Perú el 18 de diciembre de 1879

La fuga de Prado
“El viaje del general Prado no significa más que una vergonzosa deserción”.
El Comercio, Lima, 19 de diciembre de 1879
(Caivano 1904, 346)

El jueves 18 de diciembre de 1879, alrededor de las cuatro de la tarde, el día que cumplía 53 años de edad, el presidente en ejercicio del Perú, Mariano Ignacio Prado, abandonó el país con rumbo a PanamáDesertó tras ocho meses de serios reveses en la guerra con Chile, fracasos que habían traido consigo el evidente descontento popular. El territorio peruano se encontraba invadido por el enemigo, que había capturado el departamento de Tarapacá, principal fuente de los ingresos fiscales de la nación.

Usando el nombre falso John Christian (Perolari-Malmignati 1882, 291) fugó en el vapor-correo Payta, cuya partida hizo demorar de las diez de la mañana a las cuatro de la tarde con el fin de posibilitar su embarque (Basadre 1968-70, VIII: 173). El Payta era propiedad conjunta de la compañía inglesa Pacific Steam Navigation Company (PSNC) y de la empresa chilena Compañía Sudamerica de Vapores (CSAV), operando de manera encubierta al servicio del enemigo del sur. Prado llegó a Guayaquil el 22 de diciembre de 1879 y a Nueva York el 6 de enero de 1880.

Mariano Ignacio Prado partió del Perú sin aviso previo y sin levantar sospecha que fugaría. Así lo informó el Enviado Extraordinario y Ministro Plenipotenciario de los Estados Unidos en el Perú, Isaac P. Christiancy, en comunicación al Secretario de Estado de los Estados Unidos, William M. Evarts. Durante la mañana y el mediodía del día 18 de diciembre, el presidente despachó como de costumbre en el Palacio de Gobierno, recibiendo el saludo de cumpleaños de funcionarios civiles y militares. A las 3:05 de la tarde abordó en la Estación de Desamparados el tren al Callao, en compañía del presidente del Consejo de Ministros y ministro de Guerra Manuel González de La Cotera y de Adolfo Quiroga, ministro de Justicia e Instrucción. Cuando llegó al Callao, la gente que lo vio creyó que estaba de visita para inspeccionar el cuartel y fortificación del puerto.


Carta del embajador de EE.UU., Isaac P. Christiancy, al Secretario de Estado Evarts informando sobre la deserción del presidente Prado
(Departamento de Estado de EE.UU. 1880, 819-820)
Christiancy remarcó que la resolución del Congreso utilizada por Prado para su viaje únicamente lo autorizaba a comandar los ejércitos peruanos en el sur. La misiva está fechada 23 de diciembre de 1879.

Despedida del desertor

Al escapar del país en guerra del cual era presidente, Mariano Ignacio Prado dirigió la siguiente proclama (Basadre 1968-70, VIII: 173). El documento circuló en Lima la noche de su abandono de funciones, es decir el 18 de diciembre de 1879. Nótese que en el último párrafo, el fugitivo asegura que regresaría “oportunamente” al Perú:


Proclama de Prado hecha circular la noche del 18 de diciembre de 1879
(Vicuña 1893, 99-100)

Fuga por etapas

Si se analiza detenidamente, la huída de Mariano Ignaacxio Prado al extranjero tuvo dos etapas. La primera estuvo constituida por su fuga de Arica con rumbo a Lima, abandonando el cargo de Director Supremo de la Guerra y cediendo la responsabilidad a Hilarión Daza, el presidente y general boliviano responsable de la cobarde retirada de Camarones.

La segunda etapa de la fuga estuvo constituida por la salida de Prado desde el Callao con rumbo a los Estados Unidos. Esta última fase de la deserción de Prado es la más comentada. En cambio, la primera etapa del escape presidencial no es muy conocida, a pesar que el incidente evidencia el comportamiento cobarde del fugitivo.

La penetración en el Perú del enemigo chileno y la derrota del ejército peruano en San Francisco hicieron que Prado madurase su decisión de huir del país. El falso “héroe del 2 de mayo” proyectó el rápido avance de las fuerzas chilenas hacia Arica y Lima y decidió ponerse a buen recaudo antes que fuera tarde. El escape tuvo lugar el 26 de noviembre de 1879. Prado se embarcó en Arica, en el vapor Limeña de la Pacific Steam Navigation Company. Lo hizo de manera clandestina, tal cual haría luego al fugar a Panamá con rumbo a Estados Unidos. Llegó a Lima el 28 de noviembre de 1879.

En su Manifiesto de Nueva York de agosto de 1880, Prado intentó justificar su salida de Arica en un supuesto pedido de múltiples comisiones llegadas de Lima. De acuerdo con la versión presidencial, los enviados hicieron ver la posible anarquía que se produciría en el país debido a la “especialísima circunstancia de la grave enfermedad del [vicepresidente] general La Puerta, cuya muerte se temía de un momento a otro”. Cínicamente, Prado escribió: “Comprendiendo entonces… que este deplorable acontecimiento podía ocasionar un cataclismo si no me encontraba oportunamente en la capital, resolví y ejecuté mi marcha, tan sólo por atender a las mayores y más urgentes necesidades del servicio. Una vez en Lima, me fue satisfactorio ver que no corría peligro la vida del general La Puerta; sentí infinito haber dejado a Arica y tanto más lo sentí cuanto que no pude organizar un nuevo gabinete, por cuya falta estuvo el gobierno en acefalía durante cuatro días” (Basadre 1968-70, 8-172)Curiosa situación: Prado fugó de Arica diciendo que en Lima se moría el vicepresidente y escapó del Perú encargando el poder al supuesto moribundo.

Graves inexactitudes las escritas por Prado. En principio, no se ajusta a la verdad afirmar que múltiples comisiones requirieran su regreso a Lima. De igual manera no fue cierto que el general La Puerta estuviera grave y en articulo mortis; el vicepresidente cusqueño recién fallecería diecisiete años después, el 21 de octubre de 1896. Tampoco el gobierno estuvo acéfalo. Durante la estancia de Prado en Arica, la presidencia de la república siempre estuvo representada, sea a través del vicepresidente encargado de la presidencia, general La Puerta, o del propio Prado a su regreso a Lima.

Claro está, a pesar de “sentir infinito haber dejado Arica”, Mariano Ignacio Prado nunca regresó a dicha ciudad. Lo que sí haría días después sería desertar del Perú. Para llevar adelante la huida, Prado no recordaría los argumentos que usó para abandonar Arica. No volvió a hablar de la eventual acefalía de su gobierno, ni de las urgentes necesidades del servicio, ni de la inminencia de la muerte de su enfermo vicepresidente.

Encargo de la presidencia

Junto con la proclama del 18 de diciembre de 1879, Prado hizo circular un decreto en el que encargó la presidencia del país al vicepresidente general Luis La Puerta, un hombre de sesenta y ocho años de edad y que era voz populi que se encontraba enfermo, padeciendo una dolorosa gota. El decreto fue el siguiente:


Decreto redactado por el propio Prado encargando el ejercicio de la presidencia de la república al vicepresidente, general La Puerta.
Nótese en el documento la firma de Manuel González de la Cotera (Presidente del Consejo de Ministros y Ministro de Guerra). También suscribieron el instrumento legal los ministros Buenaventura Elguera (Gobierno), Adolfo Quiroga (Justicia e Instrucción) y José María Químper (Hacienda). La inclusión de éste último entre los firmantes implica que el viaje de Prado originó erogaciones al Fisco Peruano.
General Luis La Puerta, vicepresidente de la República a quien Prado encargó la presidencia al fugar del país. De tiempo atrás, el General La Puerta era un mandadero al servicio de Prado.
El editor Carlos Milla Batres gustaba recordar que al General La Puerta le llamaban el General Piedrecitas, en razón a su gusto por las piedras preciosas (¡vaya usted a saber por qué!).

Supuesta licencia del Congreso

Mariano Prado defendió la viabilidad legal de su viaje acudiendo a la resolución del Congreso del 9 de mayo de 1879, en la que se concedió “licencia al Presidente de la República para que, si lo juzga necesario, pueda mandar personalmente la fuerza armada y salir del territorio nacional”.

Dicha resolución fue adoptada a un mes y cuatro días de iniciada la guerra, cuando Prado y los parlamentarios suponían que bajo su mando directo –in situ– las fuerzas armadas del Perú realizarían un avance arrollador sobre el enemigo. Como Director de la Guerra, se daba por descontado que el invencible “héroe del 2 de mayo” ingresaría a los territorios de Bolivia y Chile, persiguiendo al enemigo en fuga.

Es con ese fin exclusivo –comandar las fuerzas peruanas en el exterior– que el Congreso aprobó la salida de Prado del territorio nacional. Nótese, además, que la redacción del documento usa la expresión salir del territorio nacional y no la frase viaje al exterior.

Texto de la licencia aprobada

En la Décima Sesión de la Cámara de Senadores, iniciada el 5 de mayo de 1879 y finalizada el día siguiente, se dio cuenta de haber recibido una nota del Presidente del Consejo de Ministros en que solicitaba autorización para que el presidente Prado pudiera encargarse del mando del ejército y pudiera salir del territorio nacional. El oficio, preparado en cumplimiento de lo dispuesto en los artículos 95 y 96 de la Constitución, indicaba que ambas acciones podían hacerse necesarias en la guerra a que el país había sido provocado por Chile.


Artículos 95 y 96 de la Constitución de 1860
(Aranda 1887, 30)

La aprobación del pedido del Poder Ejecutivo no requirió debate y se acordó por unanimidad. El 6 de mayo de 1879 el Senado concedió la autorización para que el Presidente de la República “si lo juzga necesario… pueda mandar personalmente la fuerza armada y salir del territorio nacional”Estas dos actividades estaban vinculadas y no constituían hechos separados ni independientes uno del otro. Gramaticalmente, ambas actividades estaban incluidas en la misma oración, al igual que en el oficio de solicitud enviado por el Poder Ejecutivo.

La resolución legislativa no fue un consentimiento para mandar el ejército o para salir del territorio nacional. En la intención del Poder Ejecutivo peticionario y del Congreso legislador ambas acciones se encontraban directamente relacionadas: de la realización de la primera (comandar en persona la fuerza armada) dependía la eventual ejecución de la segunda (al mando del ejército, salir del territorio nacional, supuestamente combatiendo a los invasores). Consecuencia del hecho de mandar la fuerza armada sería la necesidad de ingresar a Bolivia e, inclusive, invadir Chile. Es con ese fin exclusivo –comandar personalmente las fuerzas peruanas en el exterior– que el Congreso aprobó la salida del presidente Prado del territorio nacional.

La resolución legislativa fue promulgada por el propio Prado el 10 de mayo de 1879, es decir a un mes y cinco días de iniciada la guerra con Chile. Puede usted leerla a continuación:

Resolución del Congreso Extraordinario de 1879 concediendo licencia al presidente Prado para que, “si lo juzga necesario, pueda mandar personalmente la fuerza armada y salir del territorio nacional”.
10 de mayo de 1879
(Aranda 1879, 43)

Uso de la licencia para mandar personalmente la Fuerza Armada

En la resolución legislativa se autorizó a Prado a mandar personalmente la fuerza armada. ¿Por qué concedió el Congreso esta licencia?

Según el artículo 96 de la Constitución de 1860, el presidente de la república no podía mandar personalmente la fuerza armada sino con la autorización del Congreso. Como Prado deseaba asumir las facultades de General en Jefe –lo que él llamaría luego la Dirección Suprema de la Guerra– solicitó permiso al Congreso, el cual, como se ha visto, fue concedido.

Un corolario importante de la autorización para ejercer personalmente el mando de la fuerza pública fue que Prado quedó suspendido del ejercicio de la presidencia en el instante que asumió la dirección del ejército. Así lo establecía el artículo 93, inciso primero, de la Constitución de 1860. Este hecho se produjo el 16 de mayo de 1879, fecha en la que el vicepresidente La Puerta asumió temporalmente la primera magistratura de la nación, acto formalizado por el presidente Prado a través del decreto correspondiente.

El presidente Prado comandó personalmente la fuerza armada hasta el 25 de noviembre de 1879. En esa fecha, seis días después de la derrota de los ejércitos aliados en el Combate de San Francisco, Prado entregó en Arica el mando de la fuerza armada al Contralmirante Lizardo Montero, a quien nombró Jefe Superior Político y Militar de los Departamentos del Sur. Una semana después, el 2 de diciembre de 1879, ya en la ciudad de Lima, Prado reasumió el ejercicio de la presidencia de la república. En esa oportunidad dejó de mandar personalmente la fuerza armada y dejó de ser Director Supremo de la Guerra como lo confirmó la dación del decreto de esa fecha firmado por el vicepresidente La Puerta.

Por tanto, a partir del 2 de diciembre de 1879 Prado ya no podía abandonar legalmente el territorio nacional amparado en la resolución del Congreso del 10 de mayo de 1879 puesto que no cumplía con la condición previa que justificaría esa salida, es decir mandar personalmente la fuerza armada.

Resulta interesante mencionar que durante la guerra Prado no utilizó la autorización legislativa para salir del Perú al mando de la fuerza pública: jamás traspasó la frontera nacional.

Delitos cometidos por Prado

El 18 de diciembre de 1879, siete meses después de haber sido promulgada la resolución legislativa del 10 de mayo de 1879, Mariano Ignacio Prado pretendió usar dicho instrumento para aducir que su viaje a Estados Unidos contaba con la autorización del Congreso.

El acto debe calificarse como intento de falsificación histórica de una decisión del Congreso debido a que la resolución legislativa autorizó al presidente a “mandar personalmente la fuerza armada y salir del territorio nacional”. No recibió autorización para abandonar el territorio nacional, como si fuera un civil más, viajar a Europa o Estados Unidos con el fin de comprar armamentos.

En vista que Mariano Ignacio Prado salió del territorio nacional sin contar con la autorización específica del Congreso, su viaje a Estados Unidos puede calificarse como un acto de abandono de la presidencia, violatorio del artículo 95 de la Constitución de 1860. Asimismo, en tanto general en actividad del ejército, Prado cometió el delito de deserción calificada al ausentarse del país sin tener el permiso correspondiente, encontrándose parte del territorio nacional ocupada por el enemigo chileno.

Es por ambas razones que el viaje de Prado a Estados Unidos y Europa debe calificarse como fuga del Perú.
Decreto del 16 de mayo de 1879 por el cual Prado asumió el mando de las fuerzas de mar y tierra como General en Jefe. La base legal del decreto es la Resolución aprobada por el Congreso.
Decreto del 2 de diciembre de 1879 por el cual Mariano Ignacio Prado reasumió  el ejercicio de la Presidencia de la República

Acta de la Sesión de la Cámara de Senadores del Perú
5 de mayo de 1879
Página 1
(Delgado 1965, 34-41)
 Acta de la Sesión de la Cámara de Senadores del Perú
5 de mayo de 1879
Página 2
(Delgado 1965, 34-41)

Acta de la Sesión de la Cámara de Senadores del Perú
5 de mayo de 1879
Página 3
(Delgado 1965, 34-41)

Acta de la Sesión de la Cámara de Senadores del Perú
5 de mayo de 1879
Página 4
(Delgado 1965, 34-41)

Transcripción del Acta de la Sesión de la Cámara de Senadores
Congreso Extraordinario
 Cámara de Senadores
Décima Sesión del lunes 5 de mayo de 1879
 Presidencia del Señor García y García

Señores: Camino, Portocarrero, Morales Alpaca, Villanueva, Aguirre, Osma, Seminario Echandía, Agramonte, Seminario y Váscones, Castillo, Soria, Torres, Orihuela, Seminario J., Goyburu, Campos, Castro Saldívar, Veliz, García y García, Villar, García L., Salazar, Villacís, Marquina, Torres Aguirre, Montero R., O’Donovan, Elías.

Abierta la sesión con asistencia de los Señores Senadores que al margen se indica, fue leída y aprobada el acta de la anterior, con la indicación del Señor Elguera, de que no era él, como se decía en el acta, el Presidente de la Comisión Auxiliar de Hacienda, sino el Señor Villanueva.

Se dio cuenta

De una nota del Señor Presidente del Consejo de Ministros en que manifestando que las ocurrencias de la guerra a que el país ha sido provocado por el Gobierno de Chile pueden hacer necesario que S. E. el Presidente de la República se encargue del mando del Ejército, y además salga del terri­torio nacional; solicita la respectiva autorización conforme a los Artículos 95 y 96 de la Constitución, a fin de que llegado el caso, se encuentre legalmente expedito.

Dispensada de trámites a la orden del día.

De otra del Señor Ministro de Relaciones Exte­riores, comunicando que hoy a las cuatro de la tarde, concurrirá a la sesión de Congreso a que ha sido invitado, para informar. El Señor Doctor Don Luis del Castillo pidiendo permiso para marchar al teatro de la guerra si fuese preciso a prestar sus servi­cios profesionales una vez terminadas las sesiones de la actual Legislatura Extraordinaria.

De un proyecto del Señor García y García (P. A.) para que se derogue la resolución legislativa de 5 de febrero de 1877, por la cual se aprobó y dio fuerza de ley al Tratado de Amistad, Navegación y Comercio de 22 de diciembre 1866, entre esta Re­pública y la de Chile.

A la Comisión Diplomática.

De una adición de los Señores Luna y Torres al Artículo  del proyecto del Ejecutivo sobre autoriza­ción para aumentar la fuerza pública.

Dispensada de trámites a la orden del día.

De un dictamen de las Comisiones Principal de Hacienda y Agricultura en mayoría en el proyecto venido en revisión gravando la exportación del azúcar.

A la orden del día completándose con el de la minoría de la Comisión de Agricultura, y publicándose previamente.

Orden del día

Se leyó y puso en debate la nota del Señor Presidente del Consejo de Ministros solicitando la autorización respectiva para que el Presidente de la República pueda mandar las fuerzas de mar y tierra, y además salir del territorio nacional, si fuese necesario.

Sin debate y por unanimidad fue conce­dida la autorización, pasando a la Comisión de Redacción.

Se puso en discusión la adición de los Señores Luna Torres al Artículo  del proyecto sobre la autorización al Ejecutivo para aumentar la fuerza pública, que consiste dicha adición en agregar al final de dicho artículo, lo siguiente: “Quedando aprobado el aumento hecho en dichas fuerzas antes de esta autorización”.

El Señor Torres apoyó la adición refiriéndose a las razones que expuso en la discusión del proyec­to principal, para manifestar la conveniencia de modificar el Artículo 1° del proyecto en los términos de esta adición, cuyo objeto es legalizar el aumento hecho ya por el Ejecutivo, que aunque realizado por parte de éste, con laudable celo patriótico, no fue sin embargo con arreglo a la Constitución.

El Señor Torero en oposición a la adición mani­festó que no era de la competencia de la Cámara sino del Congreso Ordinario examinar al fin de cada período constitucional los actos administra­tivos del Presidente de la República, para apro­barlos, si eran conformes a la Constitución y a las leyes; y en caso contrario proceder como lo dis­pone la atribución 24° del Congreso.

El Señor García y García (A.) hizo diferentes observaciones apoyando la opinión del Señor Torero.

Después de hacer rectificaciones los Señores Torres y Torero insistiendo en sus respectivos ar­gumentos, se dio la adición por discutida y procediéndose a votar, resultó aprobada por 21 votos contra 18.

Sin discusión fue concedido el permiso solici­tado por el Señor Castillo.

En seguida Su Excelencia levantó la sesión para pasar Congreso, con el fin ya indicado.


Lima, mayo 6 de 1879
Aprobada,

García y García
Arias

Pretexto de la fuga

Prado intentó justificar su salida del país basándose en la supuesta necesidad de efectuar personalmente en Estados Unidos y Europa las gestiones para la compra de armamentos y la adquisición de una escuadra para el Perú.

En carta a sus amigos, fechada en Guayaquil el 22 de diciembre de 1879 y publicada en El Comercio seis días después, el presidente-desertor explicó las razones de su salida del país. Indicó que los informes recibidos en Palacio de Gobierno desde Europa describían la rivalidad entre los agentes comisionados para la compra de los barcos de guerra, pugna que impedía la adquisición de la escuadra.

Escribió Prado que en su decisión de viajar influyeron las siguientes consideraciones: “1) Que mi presencia allí y lo que tenía que hacer no era tan esencial que no pudiera ser reemplazado por el vicepresidente, al paso que mi venida era de la mayor importancia porque lo que no hiciera yo no lo haría ningún otro. 2) Que no debía omitir esfuerzo ni sacrificio alguno para conseguir los elementos que necesitamos, mucho más no habiéndose conseguido hasta hoy y pudiendo acaso conseguirlos yo, usando de mi alta representación, plenas facultades y relaciones personales. 3) La oportunidad de poder reunir las personas y recursos para subordinarlos todos a mi voluntad a fin de alcanzar el objetivo que me propongo. 4) La de que con mi venida nada se arriesgaba ni perdía gran cosa, siendo así que ella podría proporcionarnos lo que hace tiempo buscamos para contrarrestar y vencer al enemigo”.

A pesar que con la retirada de Tarapacá, en noviembre de 1879, el Perú ya había perdido los yacimientos salitreros, Prado abusó de dicho argumento. Mañosamente, escribió en su carta que se vio obligado a salir de improviso del Perú debido a la urgencia de entregar a los acreedores el guano y el salitre antes que los chilenos se apoderasen de ellos. Finalmente, reconoció que se fue del país de manera encubierta para no ser apresado por los chilenos y “para evitar discusiones y opiniones cuyo resultado, en la excitación en que los ánimos se encuentran, hubiera podido contrariar mi marcha y originar bullas y escándalos”. La versión de Prado sobre los motivos de su fuga fue confirmada en el Manifiesto a los hombres de bien escrito por su ministro de Hacienda José María Químper (Basadre 1968-70, VIII: 172-174).


Carta Circular de Mariano Ignacio Prado
Guayaquil, 22 de diciembre de 1879

Falsedad de la justificación de Prado

Resulta extraño que muchos peruanos hayan aceptado sin cuestionar la excusa de la supuesta adquisición de armamentos usada por Mariano Ignacio Prado para fugarse del país. Como demostraremos a continuación, el argumento esgrimido por Prado no soporta el análisis más elemental.

En primer término, y por más servil a Prado que hubiera sido el Congreso de 1879, este organismo no podría haber aprobado una licencia para el viaje al extranjero del presidente con el fin de comprar armamento, encontrándose el Perú en estado de guerra exterior. No era apropiado ni indispensable que el primer mandatario abandonase el territorio nacional. Por más desorganizado que hubiese estado el país, el Perú de 1879 contaba con personal diplomático, funcionarios civiles y militares, agentes financieros y comerciales y empresas privadas que estaban responsabilizadas de sus adquisiciones bélicas, incluyendo las compras de urgencia.

En Estados Unidos, la principal empresa compradora de armas para el Perú fue la Casa Grace. En 1876, el presidente Prado nombró a W. R. Grace and Co. como agente oficial del Gobierno Peruano en San Francisco y Nueva York (De Secada 1985, 610-611). Se estima que entre mayo de 1879 y agosto de 1880, la Casa Grace adquirió armamento y material de guerra para el Perú por un importe mínimo de US$3,200,000. Entre el equipamiento adquirido se encontraban torpedos Lay, las lanchas torpederas Herreshoff, fusiles y municiones (De Secada 1985, 612-613). Por su lado, como enviado del gobierno, el capitán de navío Luis Germán Astete adelantó las gestiones para la adquisición de un blindado en Nueva York. Sin embargo, no obtuvo el financiamiento necesario (Basadre 1968-70, VIII: 67-70).

Lancha torpedera en 1879

En Panamá, el agente oficial del Perú fue Federico Larrañaga quien contó con el apoyo de B. Mozley, superintendente del puerto de Panamá y hombre al servicio de la Grace. Furth  and Campbell, firma con sede en Panamá, también al servicio de Grace, era la empresa autorizada para transportar los envíos. José Carlos Tracy, encargado de negocios del Gobierno en Washington y hombre de confianza de Prado, estaba al tanto de todas las adquisiciones clandestinas de armas efectuadas para el Perú en Estados Unidos. En Londres, el agente financiero del Gobierno al cuidado de las compras fue José Canevaro; en Italia, el ministro Luciano Benjamín Cisneros (De Secada 1985, 611).

En segundo lugar, debe tenerse en cuenta que Estados Unidos y los países europeos –a los cuales supuestamente se dirigía Prado– tenían la obligación de honrar su status de naciones neutrales en el conflicto entre Perú y Chile. Ello implicaba que ni Estados Unidos ni las potencias europeas deberían efectuar abiertamente venta de armas, municiones, pertrechos o naves militares a ninguna de las naciones en litigio.

Para efectuar las compras de armamento encargadas por el Gobierno, la astuta Casa Grace procedía en Estados Unidos de manera disimulada. Por ejemplo, una remisión de mil fusiles al Perú fue descrita por Grace en la factura comercial como “maquinaria agrícola”; los cartuchos para dichos fusiles fueron escondidos en el interior de barriles de manteca de cerdo. El envío de una lancha torpedera Herreshoff, de difícil detección nocturna, apareció en los documentos de embarque como si el comprador fuera la Compañía Cargadora del Perú, empresa satélite propiedad de la misma Grace, que usaría dicha lancha para la explotación del guano de las islas (James 1993, 129 y 132). Los torpedos eran embarcados camuflados dentro de rollos de hule que sólo tenían de ese material las hojas exteriores. Muchas veces, los transportes de Furth and Campbell creyeron estar llevando al Perú maquinarias e insumos, sin percibir que el contenido real de la carga eran armamentos y municiones. Sin embargo, el superintendente Mozley en Panamá siempre supo el contenido de la carga en tránsito a nuestro país (De Secada 1985, 611).

Si se considera la restricción vinculada a la neutralidad de las naciones fabricantes de armamentos, hubiera sido contraproducente para el país que su propio presidente se presentase personalmente en los mercados de EE.UU. y Europa con el fin de adquirir armamentos. Por la notoriedad de su figura como mandatario, la gestión personal del presidente en la compra de material de guerra hubiera puesto en evidencia que las naciones vendedoras estaban en tratos con el Gobierno del Perú, violando la práctica internacional que obliga a los neutrales a no vender armas a gobiernos de países envueltos en guerras.


Nat Herreshoff, constructor de las lanchas torpederas que llevan su nombre
Grace destruye la coartada de Prado

Cuando Mariano Ignacio Prado llegó a Nueva York, uno de los antiguos “amigos” que acudió a recibirlo fue el negociante yanqui de origen irlandés William R. Grace (Basadre 1968-70, VIII: 174). En cartas de Grace fechadas en enero y febrero de 1880, este magnate –que construyó su fortuna sobre la base de negocios con los gobiernos peruanos– relató que Prado había llegado a la ciudad sin autoridad oficial y, lo que era peor, el general afirmaba carecer de dinero para efectuar adquisiciones mayores. Textualmente, Grace escribió: “Al salir del Perú [Prado] no se llevó un gran fardo de dinero”. En esas condiciones, Mariano era inservible para cerrar transacciones de importancia con la Casa Grace. Por lo tanto, el siempre hábil William R. Grace procedió a desviar a Prado hacia Europa, luego de tener con él “algunas cortesías” (James 1993, 135).

No está demás indicar que durante su estancia en el exterior –que duró hasta 1887– Mariano Ignacio Prado no efectuó ninguna adquisición de armamento para el Perú. A su regreso al país tampoco informó sobre los resultados de la supuesta misión compradora de material bélico que se autoimpuso.



Factor desencadenante de la fuga

El factor desencadenante de la deserción del presidente Prado fue la acumulación de fracasos militares en la guerra con Chile, resultado en medida significativa de su actuación como Director Supremo de la Guerra.

Mariano Ignacio Prado fue presidente del Perú durante los primeros ocho meses del conflicto con Chile, es decir entre el 5 de abril –fecha de declaración de la guerra– y el 18 de diciembre de 1879 –fecha de su deserción–. Sin embargo, innecesariamente desde el punto de vista militar, y por propia iniciativa, Prado asumió las funciones de comandante general del ejército y la marina. Su autonombramiento como Director Supremo de la Guerra se produjo a través de un decreto emitido el 16 de mayo de 1879. En el dispositivo, el mandatario precisó que era “indispensable y urgente” la necesidad que asuma el mando como general en jefe de las fuerzas de mar y tierra. El instrumento legal no indicó las razones que sustentaron la decisión de Prado.

A los cinco días de gestión como Director Supremo de la Guerra, el Perú perdió la fragata blindada Independencia –su mejor y más moderno navío– en el desastroso combate de Iquique. Debió sobrellevar el sacrifico heroico de Miguel Grau –la esperanza ofensiva y defensiva del Perú– y la pérdida del monitor Huáscar en el combate de Angamos. Tras ambas derrotas y con la captura de la cañonera Pilcomayo, Chile pasó a dominar la costa del Pacifico Sur y con ello el futuro de la guerra. En tierra los resultados tampoco fueron positivos para Prado: las fuerzas peruanas fueron vencidas en los combates de Pisagua y San Francisco.

La derrota experimentada en San Francisco –y el consiguiente avance hacia el norte del enemigo chileno– pesó definitivamente en el ánimo de Prado para decidir su huida. Fue así como el 26 de noviembre de 1879, súbitamente, Mariano partió hacia Lima. Entregó el mando de las fuerzas aliadas al general Daza, presidente de Bolivia, a quien nombró Director Supremo de la Guerra (Ochoa 1899, 195).

Subordinado a Daza y mandando las fuerzas peruanas quedó el contralmirante Lizardo Montero, para quien creó el cargo de jefe superior político y militar de los departamentos del sur. Hechos estos arreglos de fuga, el cobarde Mariano Ignacio Prado se embarcó en Arica, de incógnito, en el vapor Limeña de la compañía inglesa Pacific Steam Navigation Company.

Al día siguiente de abandonar el mando, las fuerzas peruanas vencieron al enemigo chileno en la batalla de Tarapacá. No obstante, las tropas vencedoras, exhaustas y sin pertrechos, debieron retirarse hacia Arica, con lo que el Perú perdió el dominio del departamento de Tarapacá.

El 28 de noviembre, dos días después del embarque del Director Supremo de la Guerra en el vapor Limeña, la corbeta Chacabuco y las cañoneras Covadonga y Magallanes iniciaron el bloqueo chileno de Arica. Si Mariano hubiera demorado sólo un par de días más en salir de ese puerto no hubiera podido escapar por la vía marítima…

Ineptitud militar de Mariano Ignacio Prado

Para ejercer la dirección de la guerra con Chile, el país necesitaba un líder adecuadamente preparado, un soldado profesional, con formación militar actualizada, experiencia y ejecutoria castrense. Prado nunca fue un soldado; fue un político que hizo a otros empuñar las armas en beneficio de sus conspiraciones. Muchos de estos episodios golpistas terminaron en derrota para él, particularmente los más cercanos en el tiempo a los años de la Guerra del Salitre.

La formación académica de Prado incluyó algunos estudios de abogacía realizados en el Convictorio de San Carlos. Su primer contacto “victorioso” con las armas –si puede llamársele así– se produjo en 1854, cuando participó en la revuelta de Castilla contra Echenique. Por su intervención en el levantamiento, a fines de ese año, recibió el grado de teniente coronel del ejército (!).

En la siguiente década, Prado desempeñó diversas prefecturas y jefaturas políticas departamentales. En 1865, siendo prefecto de Arequipa, se levantó exitosamente contra el régimen de Pezet, en protesta por el tratado Vivanco-Pareja firmado por el gobierno con España. Dicha acción originó que sea designado presidente de la república el 25 de abril de ese año. Su gobierno adquirió el carácter de dictadura el 26 de noviembre de 1865.

Siendo dictador del Perú se produjo en el Callao el combate del 2 de mayo de 1866 contra la flota española. Un mes antes, el 31 de marzo de 1866, los buques ibéricos habían bombardeado Valparaíso inmisericordemente. La flota hispana intentó hacer lo mismo en el Callao pero fue rechazada por las baterías peruanas. Alcanzó la gloria en ese combate un selecto grupo de peruanos, entre los que la Historia recuerda especialmente el nombre del coronel José Gálvez, secretario de Guerra de Prado y director de las fuerzas peruanas en el teatro de operaciones. Gálvez murió hecho pedazos por una explosión en la torre de La Merced.

Prado no podía desaprovechar el sacrificio glorioso de su ministro. A partir del combate del Callao, Mariano se autoproclamó “héroe del 2 de mayo”, no obstante que en ningún momento de esa jornada épica estuvo presente en las baterías del Callao (Basadre 1968-70, VII: 222). Su relación con el combate del 2 de mayo se limitó a desempeñar a la sazón la primera magistratura del Perú. Por poner la flota peruana al servicio de la defensa de Chile, el gobierno de ese país distinguió a Prado nombrándolo general de división del ejército (Varas 1871, 22-23). La singular distinción fue recibida por el dictador en octubre de 1866. Prado renunció a ella sólo al comenzar la guerra con Chile (Ministerio de la Guerra 1881, 537).


Ley de la República de Chile nombrando a Mariano Ignacio Prado general de división del ejército chileno. Por cinco años, entre 1868 y 1873, Prado cobró del erario chileno el sueldo correspondiente a general de división. La ley está fechada el 17 de agosto de 1866. 
(Varas 1871, 22-23)


Prado en Chile

En 1867 Prado debió enfrentar la sublevación de Diez Canseco en Arequipa. En lo que podría considerarse un anuncio de los fracasos que le aguardaban en la guerra con Chile, Mariano fue derrotado militarmente por el rebelde Diez Canseco. A lo largo de ochenta días, entre el 16 de octubre de 1867 –fecha en la que Prado llegó a Islay– y hasta el 5 de enero de 1868 –en que el dictador se retiró al Callao– el autotitulado “héroe del 2 de mayo” bombardeó e intentó tomar por asalto Arequipa en dos ocasiones, siendo rechazado en ambas oportunidades.

Como consecuencia del fiasco militar en Arequipa y el consiguiente éxito de la sublevación de Diez Canseco, Prado dimitió el 5 de enero de 1868. Cinco días después se embarcó con rumbo a Chile. El coronel peruano llegó a Santiago ostentando el grado (y el sueldo) de general de división del ejército chileno. Residió en el país del sur cinco años, en los que estuvo dedicado a explotar las minas de carbón de piedra Quilachanquín, cerca de Carampangue (Figueroa 1900, 183) y Maquehua (McInnes 1913, II: 588).

El 29 de mayo de 1872, en Valparaíso, Mariano Ignacio Prado y su concuñado Carlos von der Heyde, entre otros capitalistas, formaron la Sociedad de Minas de Carbón de Carampangue para explotar ambas minas (Ortega Martínez 2005, 240-243). El 3 de diciembre de 1872 la empresa recibió permiso para construir un ferrocarril de trocha angosta entre Maquehua y Laraquete. En 1873, la Sociedad fue autorizada a extender la vía férrea hasta Colico. Los ferrocarriles construidos por Prado fueron los primeros en Arauco (Pizarro Soto 1991, 166).

A la propiedad de la anterior empresa, Prado añadió su participación en el accionariado de la Compañía de Minas de Carbón de Arauco a través de Carlos von der Heyde y Compañía, empresa de su concuñado formada el 12 de diciembre de 1872, también en Valparaíso. Prado reconoció sus inversiones en las minas citadas en la entrevista que sostuvo con Joaquín Godoy –el embajador chileno en el Perú– el 20 de marzo de 1879. En el rancho que tenía en Chorrillos, Prado le recordó al ministro del país del sur que “su fortuna estaba invertida en una empresa dedicada a la explotación del carbón” y que él deseaba la paz no sólo como muestra de gratitud hacia el país que lo había acogido con amabilidad durante su exilio sino, inclusive, por su propio interés personal (Bulnes 1920, 152).

Asimismo, debe hacerse notar que durante su permanencia en Chile, Prado se dedicó al embellecimiento del Paseo Santa Lucía de Santiago, obra de la cual fue principal responsable (Briseño 1884, 109).

Prado regresa de Chile

En 1873, luego de un quinquenio de residencia en Chile, Prado regresó al Perú. A pesar de su inactividad militar durante su estancia en el país del sur, en abril de 1873 fue ascendido por el poder ejecutivo a general de brigada del ejército. Obviamente, sustentaron la promoción de Prado conveniencias políticas y no merecimientos militares. Debe tenerse presente que dicho año ejercía la presidencia Manuel Pardo, quien en 1866 fuera secretario de Hacienda del propio Prado, durante la dictadura del ascendido carbonero y exembellecedor de la ciudad del Mapocho.

En 1874 Prado se reintegró a sus actividades políticas, siendo electo diputado por Cañete. Postuló como candidato presidencial en las elecciones de octubre de 1875, comicios que se caracterizaron por ser sangrientos. El periódico limeño La Sociedad, en su edición del 18 de octubre de 1875, proyectó que el ganador de las elecciones sería Prado. Adujo como sustento de su pronóstico que los partidarios de Mariano operaron en los comicios armados con rifles Winchester, en tanto que los partidarios de su rival –el contraalmirante Lizardo Montero– sólo usaron revólveres (Pike 1967, 139). Los resultados finales de la elección fueron dados a conocer siete meses después, el 7 de mayo de 1876, y confirmaron el vaticinio de La Sociedad. El 2 de agosto de 1876, Mariano Ignacio Prado asumió la presidencia del Perú, la que desempeñó por tres años y cuatro meses, hasta el día de su deserción en el vapor Paita, el 18 de diciembre de 1879.

Prado: político y no soldado

Ha sido necesario practicar esta revisión de la vida de Prado para sustentar la afirmación que Mariano fue un político ambicioso y hábil para utilizar en provecho propio los vínculos que supo establecer con otros políticos en ascenso o en el poder. Más aún, evidenció una clara disposición para capitalizar glorias ajenas en su favor, como la del sacrificio de José Gálvez, su secretario de Guerra, en el combate del Callao del 2 de mayo de 1866. Como ya se ha explicado, a pesar de no haber participado en el hecho de armas ni haber estado presente en las baterías del Callao, Prado alentó que la prensa se refiriera a él como “héroe del 2 de mayo”, título que le confirió inmerecido prestigio.

Sin embargo, el aventurerismo político no confirió a Mariano Ignacio Prado calificaciones como militar ni como líder de una nación en guerra. Prado nunca fue realmente un soldado, mucho menos un verdadero comandante. Si tuvo algún limitado –y últimamente infructuoso– contacto con las armas antes del conflicto con Chile, lo fue en razón de su actuación como conspirador o atendiendo al logro de sus designios políticos. Las promociones que obtuvo en el escalafón no respondieron a méritos ni logros militares. Los ascensos que logró en la jerarquía castrense fueron obra de políticos –en el Perú y en Chile– agradecidos por sus servicios políticos.

No siendo un soldado a carta cabal, Prado carecía de los conocimientos, aptitud y experiencia para desempeñar la Dirección Suprema de la Guerra contra Chile. Su falta de liderazgo y su ineptitud militar se encuentran en medida importante detrás del desastre peruano en los primeros ocho meses de la Guerra del Pacífico. También explican en proporción significativa, mas no totalmente, su deserción del Perú el 18 de diciembre de 1879.

Cobardía de Prado

Un segundo factor que explica la deserción de Mariano Ignacio Prado es su falta de valor para enfrentar situaciones en las que pudiese estar en riesgo su vida. Prado escapó del Perú porque estimó que el descalabro de las fuerzas peruanas en la campaña de Tarapacá definió el futuro desenlace de la guerra en favor de Chile. Dadas las condiciones políticas existentes en el Perú, una derrota de esa naturaleza no era saludable para su integridad física. En la carta que dirigió desde Guayaquil a sus amigos, el 22 de diciembre de 1879, Mariano reconoció que se fue del país de manera encubierta “para evitar discusiones y opiniones cuyo resultado, en la excitación en que los ánimos se encuentran, hubiera podido contrariar mi marcha y originar bullas y escándalos” (Basadre 1968-70, VIII: 174).

Y es que al abandonar Arica y regresar a Lima, Prado pudo percibir con claridad la posición crítica de la prensa en general y la creciente protesta de la población ante la pérdida del departamento de Tarapacá. Entendió que la reprobación popular se centraría en su persona. Usando una expresión diferente, Basadre escribiría que “el desastre de la campaña de Tarapacá exacerbó la virulencia de la oposición” (Basadre 1968-70, VIII: 168).

Prado tenía presente que sólo siete años antes, en julio de 1872, una explosión popular en Lima linchó a los hermanos Silvestre, Tomás y Marceliano Gutiérrez, coroneles del ejército, para castigar su sublevación contra el presidente Balta. Silvestre y Tomás fueron colgados de las torres de la Catedral de Lima y luego arrojados a una hoguera en el centro de la Plaza de Armas, a la que fue lanzado horas después el cadáver de Marceliano (Basadre 1968-70, VI: 362-377).

El temor de Prado al posible levantamiento en su contra se tornó incontrolable tras el acuerdo adoptado por los representantes del Congreso, el poder judicial, la Iglesia Católica, los comerciantes y el ejército, reunidos en asamblea el 16 de diciembre en el salón del Club Literario de Lima (Basadre 1968-70, 8-170). Esa misma noche, los acuerdos de la reunión fueron puestos en conocimiento del presidente. La comisión nombrada por los asistentes a la asamblea exigió a Prado que el gobierno castigara prontamente a los autores del desastre del sur y le comunicó el deseo enérgico del país para que el gobierno expulsara de Tarapacá a los invasores (Vicuña 1893, 94-97).

Según Vicuña Mackenna, Prado escuchó con benevolencia y humildad las conclusiones de la asamblea. Sin embargo, Mariano asumió como un ultimátum los acuerdos adoptados en el Club Literario. Tras el retiro de los comisionados, el falso “héroe del 2 de mayo” confirmó las serias dificultades que le esperaban si permanecía en el Perú. Así que no lo pensó más y se ratificó internamente en la necesidad de abandonar el país con rumbo a Estados Unidos y Europa, decisión que puso en práctica cuarentaidós horas después.

Antecedentes históricos de la cobardía de Prado

Existen antecedentes del comportamiento pusilánime y falso de Mariano Ignacio Prado a lo largo de su actuación política. Para sustentar esta afirmación puede señalarse los siguientes hechos:

1.  Prado estuvo ausente de las baterías que defendieron el Callao el 2 de mayo de 1866. Sin embargo, se hacía llamar “héroe del 2 de mayo” capitalizando el sacrificio de su Secretario de Guerra José Gálvez.

2.  Prado huyó a Chile tras dos intentos fallidos de tomar por asalto Arequipa. Los hechos sucedieron a raíz de su intento de doblegar la sublevación de Diez Canseco en esa ciudad. Ésta fue la primera fuga en dos etapas en que se vio envuelto. La primera fase del escape fue de Arequipa a Lima (5 de enero de 1868); la segunda etapa lo llevó de Lima a Santiago de Chile (10 de enero de 1868);

3.  Prado salió de Lima rumbo a Arica el 16 de mayo de 1879, tras autonombrarse Director Supremo de la Guerra. Como los hechos posteriores demostrarían, el propósito del presidente no fue precisamente asumir el comando de las fuerzas aliadas en el teatro de operaciones. Su intención fue otra: escapar del enrarecido ambiente político de Lima, donde crecía la animosidad de la población contra Mariano y su régimen (Paz Soldán 1884, 131). En los meses de abril y mayo de 1879, en horas de la noche, las iglesias de la capital del Perú repicaban sus campanas, señal para que la población saliese a calles y plazas para protestar por lo que se consideraba la negligente dirección del conflicto bélico. Específicamente, el pueblo acusaba a Prado de desidia en la orientación de la guerra, la que se atribuía al hecho de sus vínculos personales con Chile y su simpatía hacia ese país (Barros Arana 1880, 106).

4.  Prado jamás se puso al frente de las tropas peruanas. Con ello faltó al ofrecimiento de colocarse a la cabeza de las fuerzas armadas, palabra que había empeñado en su proclama del 16 de mayo de 1879, cuando partió de Lima hacia Arica para hacerse cargo de la Dirección Suprema de la Guerra. Lo que es más grave aún, incumplió las funciones de comandante general del ejército y la armada del Perú, para las cuales él mismo se había nombrado.

5.  Prado no honró el ofrecimiento hecho en su proclama de Arica, el 21 de mayo de 1879, en la que hizo público el propósito de “desnudar su espada para vengar el honor e intereses de la patria”. Se negó a comandar las tropas aliadas como le correspondía, de acuerdo al compromiso existente con Bolivia para la asignación de la Dirección Suprema de la Guerra. El acuerdo establecía que en el caso de encontrarse en campaña los presidentes de ambos países, la comandancia general recaería en aquel en cuyo territorio se combatía (Barros Arana 1880, 186). A pesar que se luchaba en suelo peruano, Prado se negó a asumir la responsabilidad de comandante general aduciendo que su estado de salud le impedía viajar a pie y montar a caballo.

6.  Prado renunció a comandar las fuerzas aliadas de Tarapacá que trescientos kilómetros al sur de Arica se enfrentaban al enemigo chileno. Adujo que abandonar su residencia de Arica hubiera significado dejar de cumplir las importantes funciones correspondientes a su alto cargo. Faltó así al deber que se autoimpuso en la proclama del 16 de mayo, en la que juró que “no sería nunca el último que se encuentre en los lugares de peligro”.

El historiador boliviano José Vicente Ochoa escribió las siguientes palabras con respecto a la actitud timorata de Mariano Ignacio Prado: “En Arica, el general Prado ha dirigido una arenga a las tropas bolivianas movilizadas, recomendándoles entusiasmo, valor y firmeza, recomendación que debía comenzar el presidente del Perú por hacerse a sí mismo, puesto que su inexplicable ausencia del ejército de Tarapacá es sumamente peligrosa para la Alianza. Al fin, Arica es una fortaleza bien artillada y defendida, mientras que el punto en peligro conocido por los desembozados planes de Chile fue siempre Pisagua y las salitreras: ¡Pisagua hoy ya en poder del enemigo!” (Ochoa 1899, 184).

7.  Al escapar de Arica de incógnito, el 26 de noviembre de 1879, Mariano Prado incumplió la promesa formulada en la proclama del 21 de mayo que “en toda ocasión, favorable o adversa, estaría al lado de los soldados aliados”.

Efectos de la fuga de Prado

La fuga del presidente Prado agravó la inestabilidad política que caracterizaba al Perú en diciembre de 1879 y profundizó la desconfianza de la ciudadanía en un Gobierno acéfalo y sin dirección política que, además, tenía un Consejo de Ministros incompleto.

El general La Puerta carecía de las cualidades de liderazgo necesarias para dirigir el rumbo del país, más aún en estado de guerra exterior. Era conocida la gota que le aquejaba y que le impedía firmar documentos oficiales. El vicepresaidente La permanente incapacidad física de la Puerta era causal de vacancia para el ejercicio de la presidencia de la república, de acuerdo con el artículo 88, inciso primero, de la Constitución de 1860.

Peor aún, de tiempo atrás, el segundo vicepresidente de la república, José Francisco Canevaro, se encontraba ausente en Europa y, por lo tanto, no podía ejercer la presidencia.

El viaje del presidente Prado, la permanente incapacidad física del vicepresidente La Puerta y la ausencia del segundo vicepresidente Canevaro generaron un vacío de poder en la nación que se agudizó al no estar establecida formalmente la sucesión del mando en estas circunstancias. Debe recordarse que el artículo 91 de la Constitución de 1860 sólo contemplaba el procedimiento a seguir para la sucesión en el mando del presidente al primer vicepresidente y de éste al segundo.

Prado privado de la ciudadanía peruana y condenado a degradación militar pública

El 22 de mayo de 1880, el presidente-desertor Mariano Ignacio Prado fue privado de la ciudadanía peruana y condenado a degradación militar pública como consecuencia de su “ignominiosa conducta y vergonzosa deserción y fuga”. Firmaron el instrumento legal Nicolás de Piérola, Jefe Supremo de la República, y Miguel Iglesias, Secretario de Guerra.

La condena de Prado no sólo fue la confirmación de un extendido sentimiento de repudio a su traición. Existe otro componente que acompaña el problema de la deserción pradista –el aprovechamiento personal del poder político– que fue percibido con claridad por la mayoría de observadores y fue descrito por el ministro británico en Lima, Spenser St. John, en carta fechada el 22 de diciembre de 1879, dirigida al Marqués de Salisbury, Secretario de Relaciones Exteriores de Gran Bretaña.

Escribió el embajador: “El jueves 18 del presente el pueblo fue sorprendido al saber que el general Prado se había embarcado en el barco inglés de correo rumbo a los Estados Unidos… Su partida fue generalmente considerada como una huida vergonzosa... Siempre consideré que el general Prado no merecía en absoluto su cargo: en toda ocasión importante demostró una lamentable falta de coraje personal y es de destacar que el hombre conocido en el Perú como ‘el héroe del 2 de Mayo’, sea generalmente considerado como un cobarde consumado… La reputación financiera del general Prado va a la par con la de su coraje: todos los partidos lo acusan del peor sistema de expoliación” (citado en Bonilla 1980, 188-189).

Es por la presencia de la corrupción señalada por Spenser St. John que puede calificarse como incompleto el decreto privando de la ciudadanía peruana a Mariano Ignacio Prado. Al gobierno de ese entonces le faltó ordenar una investigación internacional sobre el enriquecimiento ilícito del fugitivo. La fortuna que amasó Mariano Ignacio Prado estuvo vinculada en importante medida al uso del poder político en provecho personal, en una época de corrupción generalizada. Los recursos que logró captar Mariano Ignacio Prado alimentaron la acumulación originaria de capital para la conformación del Imperio Económico Prado, expresión por excelencia de la oligarquía que dominó el país durante las primeras tres cuartas partes del siglo XX.

Adicionalmente, queda en pie una pregunta muy importante: ¿Cuáles fueron las verdaderas razones de la fuga de Prado? Ambos temas –el de los motivos de la deserción y el de la corrupción pradista– son tratados en otras notas aparecidas en este blog, por ejemplo en Los robos de Prado.

Decreto privando de la ciudadanía peruana a Mariano Ignacio Prado. En él también se le condena a degradación militar pública “tan pronto como pueda ser habido”.
Reacciones en el Perú ante la fuga de Prado

Los pueblos del Perú se pronunciaron sobre la deserción del Perú de Mariano Ignacio Prado. A continuación puede leerse las reacciones registradas en Lima, Callao, Tarma, Santa, Huaral y Tarapoto frente a la fuga clandestina y vergonzosa de Prado en diciembre de 1879.

Lima
Fuga clandestina del general Don Mariano Ignacio Prado
(Congreso de la República del Perú)

Callao
Fuga vergonzosa del ex-General don Mariano I. Prado
(Ahumada 1891, VIII: 59)

Tarma
Fuga del General Prado al extranjero
(Ahumada 1891, VIII: 60)

Santa
Repentina fuga del General Prado
(Ahumada 1891, VIII: 59)

Huaral
Deserción del ex-Presidente General don Mariano Ignacio Prado
(Ahumada 1891, VIII: 60)

Tarapoto
Incalificable conducta del ex-Presidente Constitucional de la República  don Mariano Ignacio Prado, emprendiendo una fuga clandestina y vergonzosa
(Ahumada 1891, VIII: 61-62)

El Comercio sobre la fuga de Prado (Lima, 19 de diciembre de 1879)
“El viaje de Prado tiene todos los caracteres de una fuga. Es una vergonzosa deserción… Prado es un mandatario inepto, un monstruo de perfidia, de egoísmo, de degradación… El malhadado general no brilla por su talento; carece de ilustración; no posee otro idioma que el castellano…”

“No creemos que haya quien de buena fe tome a lo serio el decreto expedido por el general Prado en los momentos de emprender su viaje a Europa; viaje que, por otra parte, tiene todos los caracteres de una fuga. Podemos aceptar cuando más, que la infatuación que ha dominado siempre al malhadado general, lo haya inducido a engañar su propia conciencia, procurando halagarse a sí mismo con la esperanza de que la presencia del Presidente del Perú en Europa, podía contribuir de una manera eficaz a la adquisición de importantes elementos de guerra; pero no habrá hombre de sentido común que espere en realidad semejante ventaja del viaje tan sigilosamente preparado y que tan honda sorpresa ha producido en el público.
El general Prado es uno de los hombres menos a propósito para desempeñar la comisión que sirve de pretexto al abandono que hace del país en estas circunstancias: no brilla ciertamente, por su talento; carece de ilustración; no posee otro idioma que el castellano; y sus relaciones personales en Europa se encierran dentro del estrecho círculo de los peruanos allí residentes. ¿A qué va, pues, el general Prado? ¿Qué adelanta el país en su viaje? Si ha creído que su título de Presidente del Perú puede servir de algo en Europa; allí tenemos desde hace largo tiempo a uno de los Vice-Presidentes de la República, que para el caso tanto vale. Y si el señor Canevaro, con sus relaciones personales y mercantiles, con el prestigio de sus caudales, con su actividad por todos conocida, no ha podido conseguir todo lo que deseaba a pesar de sus extraordinarios esfuerzos, ¿lo conseguirá un hombre de las cualidades negativas del general Prado?
Pero es inútil que nos esforcemos en probar lo que no necesita prueba alguna; el viaje del general Prado no significa otra cosa que una vergonzosa deserción. Se ha hablado sin embargo, desde hace largo tiempo de una seria enfermedad que aquejaba al general Prado; varias personas que lo han visto en los últimos días, aseguran que se notaba ya en él, marcados síntomas de perturbación mental. ¿No debería buscarse en este hecho la causa determinante del extraordinario acontecimiento realizado ayer?
Creemos que sí. El general Prado puede ser un mandatario inepto como un padre desnaturalizado; y se necesita que lo sea, para que estando en su juicio, haya abandonado su familia dejándola expuesta a los peligros de la situación que podía haber creado la indignación que debía producir en el público su incalificable viaje.
Juzgando racionalmente y cristianamente al general Prado, es preciso convenir en que ha perdido el juicio. De otro modo, se nos presentaría el hombre que hasta ayer ha regido los destinos del país, como un monstruo de perfidia, de egoísmo, de degradación.

Si las patrióticas advertencias pudieran ser escuchadas por el Vice-Presidente de la República; si la voz del país se dejara oír en la estancia del que hoy está en el poder; si un momento de reflexión iluminara el espíritu del general La Puerta, despertando en él el sentimiento de los grandes peligros en que en estos supremos instantes amenazan hundir a la Nación en un abismo de vergüenza comprometiendo su misma existencia; habría la esperanza de ver construido un nuevo gobierno que expresara no los afectos del Jefe del Estado, que es lo que nos ha perdido, sino los del país: que representara no las pasiones egoístas de unos cuantos, sino los grandes intereses nacionales; no el deseo de mandar, sino el de buscar la victoria sobre el enemigo, o el aniquilamiento del Perú defendiendo su honor y su integridad”.

Manifiesto de Prado (Nueva York, 7 de agosto de 1880)
 
Manifiesto de Prado, Nueva York, 7 de agosto de 1880
(Ahumada 1886, III: 381-385)

Carta de Prado al Ministro de Hacienda Manuel Barinaga (Nueva York, 10 de julio de 1880)

Carta de Prado a Manuel Barinaga, Nueva York, 10 de julio de 1880
(Ahumada 1886, III: 385)

Alberto Hidalgo escribe sobre Mariano Ignacio Prado

Mariano Ignacio Prado
(Hidalgo 1919, 43-48)

La máquina con que escribo, ha querido detenerse al estampar las letras de este nombre como si ella, con su alma de acero, le maldijese ante los siglos. El papel mismo se arruga, en espantosa mueca de asco. Los dedos se ponen rígidos negándose casi a obedecer los mandatos del pensamiento. El corazón relincha de furia. El alma se subleva. Pero es necesario sacrificar un instante los sentimientos estos para hacer justicia ya que no al miserable por lo menos al nombre del ser que de seguro no lo tiene en la zoología.

Mariano Ignacio Prado tiene, a veces, toda la grotesca apariencia de un mal comediante bufo. Por eso cuando en 1867 era ya insoportable su dictadura de dos años, abandona el poder siendo derrocado por lo que se ha llamado muy justamente “una revolución de silbidos”. Siendo nada más que maniquí de determinados politiqueros, hubo que tomarlo en solfa. Y así, en lugar de herirle con balas fue necesario insultarle con silbatos.

Nueve años después, por falta de hombres sanos y por intrigas de bribones, fue nuevamente llevado al poder. A los treintaidós meses, más o menos, de su gobierno, se declaró la guerra con Chile. Y fue en ese momento cuando el Perú se dio cuenta de que quien lo gobernaba era la más cabal encarnación de la imbecilidad. Porque Mariano Ignacio Prado es la imagen de la Estupidez, una imagen con ínfulas de tirano y charreteras de general. Fue un criminal inconsciente al principio, porque lo romo de sus entendederas no le permitía darse cuenta de la maldad de sus actos. Después el crimen le gusta y lo comete cuantas veces se lo pide su alma voluptuosa de cerdo que goza emporcándose en sus propios delitos, como en un pantano perfumado de ignominias. Así, cuando Miguel Grau, aquél ínclito patriota que debió ser engendrado en una cueva de leones, al mando de un solo monitor, burla el poderío de la escuadra chilena, en repetidas ocasiones, él cree que tales hazañas se deben a la felicidad; y por eso cuando Grau juzga desatinada, en vista del mal estado de su buque, una orden suya para hacer una expedición sobre las costas chilenas, le contesta con ingenuidad de niño idiota ordenándole nuevamente la partida pues confía en la “buena suerte del Huáscar”. Y todos saben ya que a los pocos días el Huáscar, después de haber sostenido un combate con el enemigo, tan monstruoso y bravío por su parte que para cantarlo fuera necesaria la lira del propio Dios, era abordado por los chilenos. De este modo, de desastre en desastre, nos lleva, a la derrota, hasta que un día viendo perdida la causa del Perú, acepta el oro enemigo y se va a Europa en la más cobarde e inicua de las fugas.

Maldecido en vida, Mariano Ignacio Prado es castigado en la posteridad. ¡Ah, con cuánta alegría los gusanos le deben haber roído el corazón asqueroso y hediondo! Sus deudos han plantado rosas al borde de su tumba; pero el olor de las rosas no es tan fuerte que pueda apagar el de su obra sembrada de indignidad y desvergüenza. Y más potente que este olor aún es el de su alma corrompida y abyecta, tan corrompida y abyecta que Satán al recibirla en su imperio debió de sonrojarse...

Decía yo que Mariano Ignacio Prado ha sido castigado en la posteridad. Veamos cómo. Su castigo son sus hijos. Les dejó, es verdad, una fortuna inmensa, hecha con la maldición de los muertos, el dolor de los heridos, las lágrimas de las madres y el hambre de los hijos; pero les legó su apellido, y con su apellido la infamia de su obra, y, aún más todavía, les transmitió su bajeza espiritual. Su hijo Javier puede servir de ejemplo. Javier Prado y Ugarteche es la prolongación de este nefando general de pacotilla. El querrá ser bueno, pero nunca lo conseguirá. La herencia de su padre le empujará al delito. ¡Qué desgracia ser miserable sin quererlo! Ya tiene el pobre manchas sobre su vida: la dictadura de Benavides, que fue obra suya; el pretender transar con Chile, cediéndole Arica. ¡Pobre Javier, tener talento para serlo todo y no poder ser nada! Siempre aspirando a la Presidencia de la República y siempre oyendo, ante las risas sarcásticas de los vivos, el grito de millares de muertos que se incorporan en su tumba para decirle: ¡no! Vivirá siempre condenado a ser lo que es: un hombre con talento y un sátiro de levita. Cuando quiera levantar la cabeza para mirar arriba, algo trágico y terrible le obligará a bajarla: ¡El crimen de su padre!...

Luis Alberto Sánchez y la fuga de Prado


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